El patafísico, si no tiene en verdad razón alguna para ser moral, no tiene ninguna para no serlo. Es por eso que sigue siendo el único que puede, sin la decadencia de los conformistas, ser honesto.



Louis-Irinée Sandomir, en una ponencia 
realizada en el Colegio de Patafísica de Francia.







LAS RUBIAS Y SUS COSTUMBRES



Algunas ideas que los hombres se hacen del universo femenino obedecen a su propio universo antes que al universo que intentan describir. Las mujeres son depositarias de aquello que los hombres no se permiten atribuir a sí mismos, o no terminan de entender en sí mismos. La afirmación vale también para la idea que se hacen las mujeres del universo masculino y tal vez aparezca más claro, al menos para los hombres, en ese caso. El hombre que piensa con los genitales es una proyección de un rasgo que las mujeres no pueden atribuirse sin que resuene, aun en lo más remoto, la palabra “puta” (vale acotar, como lo sabe cualquier enamorado/a, que se piensa con el cuerpo). Los hombres hablan de las mujeres como si hablaran de sí mismos convertidos en otros. Yo me encuentro frente a un desdoblamiento doble, porque, siendo hombre y morocho, me ocuparé de las rubias.
No me ocuparé de aquellas rubias que viven en países donde la mayoría de la población es rubia (de las que me atrevería a afirmar que no son rubias); sino, de las rubias americanas. Tampoco me limitaré únicamente a las rubias naturales, en próximos párrafos, espero que quede claro que el ser-rubia-en-el-mundo es algo de lo que pueden apropiarse algunas castañas.
Intentemos esclarecer el atractivo de las rubias. Es sabido que cuando una mujer es la única de su género en una reunión su atractivo se acrecienta. Puede salir ya no con amante sino con marido. Si es hábil y se las ingenia para ser siempre la única en reuniones venideras, tendrá un matrimonio feliz y apasionado (al menos las noches de sociales). Algo análogo pasa con las rubias americanas. Ya al cruzarnos con una mujer en la calle sabemos que es muy probable que nunca volvamos a verla y nos sentimos tentados a abordarla con la urgencia que ninguna vecina podrá provocarnos. Si la mujer en cuestión es rubia el impulso es más apremiante, porque a la escasa probabilidad de cruzarse con una misma mujer dos veces, se suma que es poco probable cruzarse con una rubia.
Este argumento admite dos contra-argumentos; el primero, matemático; el segundo, de entorno.
En términos de cálculo, la probabilidad de cruzarse con una mujer dos veces no tiene relación con el color de su pelo. Lo que determina la probabilidad es la condición de que sea esa mujer, y no otra, la que tengamos que ver dos veces. Es el mismo principio por el que dados a elegir tres números en un sorteo la combinación 1, 2 y 3 tiene la misma probabilidad de ser la ganadora que 7, 34 y 57, lo que importa es que tienen que ser esos tres números y no otros. La relación de los números entre sí no incide. El bolillero es tan desmemoriado como los criminales ante el juez. Sin embargo es más probable que los números no sean consecutivos, lo que lleva a cualquier jugador a preferir la segunda combinación a la primera, aunque ambas tengan la misma chance. De la misma forma, dejar pasar una rubia, le parecerá, a cualquier jugador-juguete del amor, tan imperdonable como prender la estufa con el boleto ganador de lotería.
El argumento del entorno preguntará: “¿En estos días de tintura y California, no pululan las rubias? No. Si bien es cierto que es tan natural teñirse el pelo como cortárselo, o simplemente peinárselo, no es menos cierto que una cabellera rubia no hace a una rubia, como una fortuna no hace a un millonario. Las rubias caminan como si estuvieran en otra habitación, idéntica a la que estamos pero paralela; miran como si abarcaran todo con la mirada; se paran como si fueran más altas que su estatura. Estas hábitos se escriben en su cuerpo y le dan el carácter definitivo de rubias, como el barniz de un mueble que ha penetrado en la madera.
Una rubia seguirá siendo rubia aún con el pelo negro, porque ha sido rubia, ha crecido con su madre cepillándole incansablemente el pelo, escuchando “Qué linda,” embriagada por el champú de manzanilla (ella y su madre) y la sospecha de que no es como las demás. Así las castañas, que comparten en un nivel inicial esa crianza, pueden llegar a convertirse en rubias aun sin teñirse.
El atractivo de las rubias americanas se basa en ser pocas y se refuerza porque, al ser pocas y anheladas, se han convertido en singulares.
Esclarecido el atractivo de las rubias pasemos a dilucidar el único problema: ¿Cómo conquistar a una rubia?
Si el atractivo de las rubias radica en la singularidad es muy probable que la singularidad las atraiga. No parece descabellado que el gobierno mande a los niños morochos a criarse en países donde los morochos sean tan admirados como las rubias en América (habrá pocos, pero alguno habrá) con el fin de que estos niños puedan construirse una singularidad complementaria a la de las rubias y asegurarse, así, la felicidad al volver. Sería la mejor forma de parar la emigración en nuestra parte del continente.
Pero el lector estará interesado en conquistar una rubia ahora que tiene ganas de amar profundamente, ya sea en sentido figurado o literal, a una mujer. Aprópiese, entonces, de una serie de marcas de distinción, lleve binoculares al estadio, combine championes y pantalones con bajo, guarde a la vista en su billetera la foto de la rodilla de alguien; así como de acciones extremadamente extrañas, que se cuidará de no hacer frente a la rubia en cuestión para no espantarla, pero que le ayudarán a usted mismo a construir su ser singular: leer poemas de pie en el ómnibus, devolver las hojas caídas a los árboles, discutir con los perros. Finalmente, asuma actitudes de singularidad moderada, para dejarle claro que usted no es completamente de este mundo pero tampoco de otro, como utilizar una consumición de ciento cincuenta pesos para pedir una Coca Cola en un boliche, porque era lo que tenía ganas de tomar.  

Si el universo que los hombres crean para las mujeres es, en realidad, su propio universo, y las mujeres hacen lo mismo con los hombres, se sigue que o bien hay sólo hombres o bien hay sólo mujeres en este mundo; como siempre sospechamos. Eso sí, morochos somos muchos; y rubias, pocas, como corresponde a su naturaleza, pero exquisitas, al decir brasilero y oriental.

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