PENAS DE UNA CAJA Y SU SEÑORA





Una se acostumbra a que le tiren de la tapa sin siquiera molestarse en agarrarle los costados. Nunca apoyar la yema de los pulgares en los vértices de la tapa; deslizar los otros dedos por los costados, llevándola a una hacia adelante y levantando la tapa en el mismo movimiento. Nunca. Vienen y te levantan la tapa, así porque les da la gana, y nunca se sabrá si en realidad querían sacar algo o no.
Hoy me falto un caracol, qué irá a decir la señora...
Yo creo que la entiendo a la señora con sus caracoles. Una caja es como una concha. Las cosas perlas crecen hasta que un día una sale, pero la concha nunca queda igual.
Por eso es feo cuando te agarran así de una; te abren, te sacan algo y te cierran. Primero, porque una nunca queda bien cerrada; segundo, porque no aprecian ese tiempo que una invirtió en conservar algo.
También es feo porque siempre existe la conciencia de que un día todo se perderá.
Es cierto que la transformación seguirá aunque haya salido el último caracol. Sólo habrá cambiado de ritmo y dimensiones.
El polvo se seguirá metiendo, seguirá mezclándose con la arena casi invisible y las astillas de la piel de los caracoles. Pero nadie vendrá a levantar la tapa. Y una se quedará con todo eso, que es nada, podrido adentro.
Pero la señora no me entendería, no estoy segura de que la señora entienda algo realmente. Tal vez sí, por lo de los caracoles.
Pobre, se va a poner tan triste...

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